Siempre ha habido trans bellas o tan femeninas que han podido pasar inadvertidas entre otras mujeres. Ahora hay muchachas de dieciocho años que hacen la transición y conservan la voz limpia, las mejillas intactas y el aspecto general de una niña.
Para unas y otras se presenta el dilema de vivir como mujeres como otras cualesquiera o aceptar su realidad como trans. Para las que sois como yo, grandotas, o con voz grave, o con poco pelo, este dilema no se presenta, y aunque pueda sentir añoranza por no haberlo vivido, diré que por lo menos veo las cosas claras. La cuestión es que una trans puede ser una mujer, pero una mujer trans y en ningún caso es una mujer como otra cualquiera, lo que puede ser malo a algunos efectos y bueno a otros, pero siempre es la realidad.
Para comprenderlo, hay que tener el valor de distinguir entre lo visible y lo invisible: lo visible es la presencia personal, perfecta; un montón de problemas se quitan de en medio con sólo ella, es verdad. Pero lo invisible, también es real: una historia personal que no se puede negar, una familia que la sabe y con la que tenemos que seguir contando, una realidad corporal que nos hace estériles, por lo que debemos plantearnos nuestro futuro también contando con ella (por ejemplo, podemos decepcionar a un hombre que quisiera tener hijos propios). Por todas estas cosas se puede llorar -¿por qué no puedo ser yo una mujer como otra cualquiera?-, pero llorando no se arreglan las cosas. Hay que mirarlas cara a cara.
Pongámonos en el caso de una muchacha operada e indistinguible de cualquier mujer (guapa o fea, eso no viene a cuento). Decide que va a ser una mujer como otra cualquiera. Inmediatamente, y aunque parezca raro, tiene que meterse en el armario, puesto que tiene que ocultar a todos su origen trans.
Puede ser que, al salir a la calle, tenga siempre miedo de que alguien la reconozca y pueda ponerla en evidencia. O de que, al tener un ligue, su compañero, a quien desde luego no se lo habría dicho, pueda descubrirlo en cualquier momento y considerarse engañado. Supongamos que, pasado algún tiempo, se lo dice a su compañero, si éste no lo hubiera sabido. De nuevo se plantea el pavoroso miedo de si, al saberlo, seguirá adelante o la dejará, indignado además por lo que consideraría una mentira. En cambio, imaginemos la situación de las mujeres guapas o sencillamente muy femeninas que son trans y no lo ocultan (las hay, afortunadamente).
Van por la calle tranquilas, desde luego, no hay nadie que se meta con ellas y en cambio puede ser que se escape alguna mirada admirativa o algún piropo (grosero o no) Todo eso es desde luego reconfortante. La misma situación se puede dar en todos los medios en los que no es necesario definirse personalmente, empezando por el supermercado o la peluquería. Pero entre los amigos, entre los conocidos, en el trabajo, en la universidad, sencillamente deja que se sepa y no le importa decirlo o que los nuevos y recién llegados se enteren por los de antes.
¿Qué saca de ello? Simplemente, seguridad en sí misma.
Si algún hombre se le acerca entonces, es que se acerca porque le gusta. Y los que no se le acercan, es porque no les gusta. En eso, más o menos lo mismo que a cualquier otra mujer.
¿Es posible que una transexual atraiga a un hombre básicamente heterosexual? Sí, lo es, sucede, pasa, y a veces crea historias de amor de sorprendente intensidad y estabilidad.
En esos casos, el varón ya sabe, por ejemplo, que no va a tener hijos con su pareja; y no le importa demasiado, porque lo que quiere es estar con ella.
Otras veces es posible que sea el morbo lo que mande; pero si es morbo, no dura mucho; y si dura, es que no es morbo. La trans de la que se sabe que es trans (y de esto yo sé un rato) anda por la vida tranquila y segura. Quienes la quieren, están con ella; y quienes no la quieren o son demasiado cobardes (y entonces es ella la que no debe quererlos) se apartan. La transexualidad visible es una gran clarificadora de las relaciones humanas. La mayor parte de la gente no sabe quién la quiere y quién no la quiere y disimula, pero nosotras sí.
La seguridad da valentía; y la valentía, fuerza; y la fuerza, generosidad. Difícilmente una transexual que quiera ser una mujer como otra cualquiera aceptará salir con otras transexuales o ayudar a quienes lo necesiten ¡porque se puede saber que soy transexual!
Las transexuales que damos la cara (unas porque no tenemos más remedio y otras porque quieren) somos las que estamos en el movimiento transexual, dando la cara por nosotras y por todas. Damos la cara incluso en la televisión y eso es un orgullo y una alegría, en la Prensa, en el Parlamento, en los Ayuntamientos, donde sea preciso. Y a la gente le gusta ver que somos valientes y nos felicita. Pero, sobre todo, tenemos la oportunidad de hacer algo por otras trans, sabiendo lo que sienten, que es lo mismo que sentimos. Eso es bueno y alegre.
Por: KIM PEREZ
Fuente: http://www.disforiadegenero.org/
Tomado el 15 Julio 2010.